La incógnita clave es si realmente controlamos a la tecnología o ella nos controla a nosotros y cuál sería la influencia real de la humanidad en esta historia.
El ámbito de la realidad virtual está enlazado a un complejo sistema de prácticas culturales de los nativos y migrantes digitales, implicadas muchas diferencias generacionales y brechas de orden tecnológico, cognoscitivo y cultural condicionando el accionar de las sociedades en factores fundamentales: el trabajo, la educación, el entretenimiento, las relaciones, el modo de vida y la identidad. Tal entorno está siendo constantemente bombardeado con ideas siniestras acerca del control robótico en un nuevo orden de la sociedad, cimentado en la automatización y en la inteligencia artificial para la panorámica del devenir de la humanidad.
Algunos enfoques reputados sobre transhumanismo y proliferación de ciborgs aseguran que el único progreso vislumbrado es el tecnológico. En este punto se debate el concepto del determinismo tecnológico. Sus defensores aseguran que la evolución tecnológica ya va sola, a su aire, sin la guía de los seres inteligentes de la raza humana. Otros especialistas lo entienden como una ideología que justifica un determinado orden social a objeto de apuntalar la tecnocracia. Para ilustrarlo, equiparan el modo en que se suceden las generaciones de automóviles o microchips con los linajes de seres vivos que evolucionan mejorando su eficiencia. Luego, el fin de dicha ideología impone que la tecnología sea el principal motor del cambio social.
Históricamente, el concepto de determinismo tecnológico implica que los avances de la tecnología no solo influyen sino que determinan la historia. Se ejemplifica con la invención de una herramienta simple como el estribo (que permitió dominar al caballo con los pies y dejar las manos libres para batallar). Pero ese avance pudo determinar el punto de inflexión para conformar la sociedad feudal, así como la máquina de vapor el de la sociedad industrial.
Un enfoque más implacable, expresado mucho antes de producirse la revolución industrial, apuntó que la tecnología tiene unas leyes y dinámicas propias más allá de la voluntad del ser humano. Así que, una vez puestas las condiciones iniciales, tal desarrollo llevará a la humanidad a donde sea, muy probablemente al desastre. Pero también existen discernimientos más optimistas del asunto. Observan que la tecnología va avanzando con autonomía, pero existe la posibilidad y el deber de dominarla. Sólo habrá que luchar contra el sonambulismo tecnológico, o falta de conciencia en las sociedades sobre lo que supone el impacto de la tecnología, porque ésta no es neutral y responde a intereses con profundas implicaciones en los distintos ámbitos en los que gira el mundo.
Sociológicamente, la aceptación del determinismo tecnológico como un fenómeno natural parece absurda, porque la tecnología no es un alguien y por tanto no puede imponer nada. De aquí se presume la influencia generada por los humanos que se esconden detrás: los creadores, los diseñadores, los tecnólogos. Vale decir, una tecnocracia activa, una élite que toma decisiones sobre la marcha de la sociedad, contrastando con una tecnocracia pasiva, según la cual no hay un gobierno de técnicos sino un gobierno del propio sistema tecnológico.
Entendiendo la sutileza de la acción del determinismo tecnológico, observamos nuevas armas que transforman la manera de hacer la guerra, así como nuevas técnicas arquitectónicas que cambian la forma de vivir. Lo sorprendente es que explica por qué te levantas tarde cuando tu despertador se ha estropeado o por qué se crea la necesidad de aprender nuevos códigos comunicativos para hablar por WhatsApp. En definitiva, se nos ha plantado la sensación de que nuestra vida depende de un complejo entramado tecnológico. Esta situación que abarca la realidad virtual y el mundo real, establece concepciones como el “dilema de control”. En estadios iniciales, las tecnologías son más fácilmente dirigidas por los agentes humanos, ya que tienen menos información y más control. Pero según se desarrollan, van ganando autonomía, produciéndose más información y menos control sobre ellas. Una ilustración clara del dilema es la posibilidad de actuar sobre Internet o los smartphones. En sus etapas de desarrollo inicial eran controlables y dispensables, pero hoy en día, están tan imbricados en la sociedad y en nuestras formas de vida, que es inimaginable hacer grandes modificaciones para evadirlos o simplemente erradicarlos.
Con la perspectiva planteada, hay una difusión creciente y constante que vende al progreso tecnológico como un fenómeno imparable y deseable. Mediáticamente se insiste en que las plataformas digitales son el progreso, están bien como están y sólo vale adaptarse a la situación que determinen. Los centros tecnológicos de desarrollos responden a intereses determinados por una élite decisoria y los gobiernos, aunque tengan problemas para adaptarse a la velocidad de los cambios, tratan de plantear regulaciones limitadas en asuntos como la robótica, la inteligencia artificial o la ingeniería genética, pero en función a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Este proceso, al margen de cualquier voluntad explícita, es casi autónomo; y el desarrollo tecnológico parece comportarse como los fenómenos físicos y naturales, regidos por leyes impermeables a nuestros deseos o intenciones y con absoluta independencia de los avatares de la vida social, presumiblemente ya condicionados.