Desequilibrios en caos y crisis parecen hacer surgir lo mejor y lo peor de la gente.
Dependiendo de las circunstancias, las situaciones caóticas tienden a colocar a las personas y a todo tipo de organización cooperativa, emprendida por el hombre, en posiciones de revaluar exhaustivamente procesos y formas de proceder. Lo que implica ingeniar eficazmente cómo conseguir y unir esfuerzos y recursos para materializar metas y proyectos, pero en plazos que probablemente serían inconcebibles antes de suponer la confrontación de cualquier crisis.
Relacionando el impacto del Coronavirus con la revolución digital y la emergencia climática, como estimulante, hay mucha incertidumbre para evidenciar si la forma de abordar el trabajo productivo ha cambiado para siempre.
Trabajar a distancia o en domicilio ha tenido el mayor crecimiento de modalidades laborales formalizadas durante la pandemia mundial, a partir del 2020, en un rango de 20 a 40%, siguiendo cómputos estadísticos de referente en el comportamiento de la fuerza del trabajo global. Desde 1992, el trabajo remoto no representó una opción normativa adaptable a muchas organizaciones, a pesar de proliferar evolución de las tecnologías emergentes en la nube y una mejor conectividad, que hacen más fácil y rentable adoptar la modalidad.
Algunos estudios pertinentes han demostrado que los trabajadores que se desempeñan formalmente desde el hogar son alrededor de 20% más productivos que aquellos que trabajan sobre las mismas áreas y procesos en una oficina. No obstante, el trabajo en casa a largo plazo puede ser duro, cuando la percepción es que se vive trabajando permanentemente. En efecto, el aislamiento y el agotamiento pueden convertirse en grandes problemas de discapacidad para esa fuerza laboral.
Con salvedades excepcionales, parece que el trabajo en casa sólo funciona realmente cuando se dispone de un componente vital: un hogar acondicionado al mínimo para tales fines. Este tipo de peculiar experimento mundial ha puesto de manifiesto la enorme brecha existente entre los empleados de mayor edad y con mayor poder adquisitivo, que tienen hogares más grandes y adecuados, y los empleados más jóvenes, con menores o mayores salarios, pero también establecidos en ciudades y conglomerados urbanos o empresariales, quienes generalmente no disponen de los mejores recursos. De tal manera, que la mejor decisión para la mayoría de las organizaciones no es cerrar todas sus oficinas y adoptar el trabajo a domicilio o remoto en todas partes, porque, entre otras razones, esta modalidad laboral no necesariamente funciona para una plantilla diversa.
Los rumores de la muerte de las oficinas se han exagerado por partes interesadas. Pero el papel de localizar los negocios también ha evolucionado en los últimos años. Antes del Coronavirus, las oficinas se estaban convirtiendo en lugares para socializar sobre el trabajo y colaborar, en lugar de trabajar “con la cabeza gacha”. Aunque la oficina tradicional de planta abierta se construyó para maximizar el control presencial del recurso humano, los nuevos diseños de oficinas, más flexibles y divertidos, se construyeron para maximizar colisiones innovadoras y la interacción productiva.
La pandemia ha dado un vuelco a las condiciones antes planteadas. El distanciamiento social exige que los empleados se eviten activamente. La necesidad de gestionar una capacidad de oficina reducida significa inevitablemente que no todos los equipos de trabajo podrán estar en la oficina todo el tiempo. En cualquier caso, a corto plazo, la oficina se convierte en el lugar al que se acude cuando no se tiene otro lugar adecuado para trabajar, cuando la seguridad es un problema o cuando se necesita acceso a equipos especializados. Ahora, los protocolos y políticas empresariales de los negocios se diseñan considerando el aspecto del “permiso para trabajar en la oficina” en lugar del “permiso para trabajar desde casa”.
Los espacios de co-working más pequeños y localizados también pueden resultar muy atractivos. Los empleados pueden no sentirse seguros trasladándose en transporte público, y las oficinas a las que se puede llegar caminando o en bicicleta, pueden ofrecer más seguridad, sanidad y neutralidad con lo que se aborda, además del tema del cambio climático respecto a las emisiones de carbono. Entonces, las modalidades de trabajo colaborativo ofrecen al empresario y a las corporaciones habilitar opciones para que los empleados se trasladen a viviendas más baratas y más grandes, por estar alejadas de los centros urbanos más costosos, sin necesidad de recorrer largas distancias todos los días para llegar a oficinas focalizadas en centros citadinos colapsados.
Aunque las prospectivas auguran normalizar el mundo volviendo al bullicio y entramado de oficina, en respuesta a la necesidad de socializar como criaturas sociales que somos, puede que esa interacción deba condicionarse a no producirse tan a menudo. Esto significa, inevitablemente, que gran parte de nuestra colaboración se convierte en digital por defecto en el espacio-tiempo. Mientras algunos colegas laboren en la oficina, muchos estarán lejos. Así, el terreno común más accesible para la colaborar en el trabajo será probablemente a través de las mismas herramientas digitales que han mantenido a gran parte del mundo conectado eficazmente durante la pandemia.
Paul Romer, ganador del Premio Nobel de Economía en 2018, como parte pionera en la adaptación del modelo de crecimiento económico para centrarse en asuntos medioambientales mientras se comparten beneficios de la tecnología, declaró concordar con la idea de que “una crisis es algo terrible de desperdiciar”. Tal parece que el verdadero abordaje de la crisis que se vive hoy por sobrevivientes capaces, obliga al aprendizaje de los aspectos positivos experimentados en los últimos dos años. Re-inventarnos e ingeniar más opciones en las formas de trabajar por y para la humanidad, implica hacer de los lugares de trabajo digital medios inclusivos, imponiendo la conveniencia a la normalidad, a fin de procurar reunirse cara a cara solo cuando realmente sea importante.
En última instancia, el debate debería eludir diatribas en torno al desempeño presencial en la oficina versus el remoto y enfocarse en las ventajas de flexibilidad sobre conveniencias, preferencias y funciones favorablemente negociadas entre empleados y empleadores, para todas las partes con injerencia. Se trata de permitir y facilitar el trabajo productivo de equipos humanos y de individuos capacitados de forma más inteligente y dondequiera que se encuentren.